En proceso de mudanza

Venezolanos de ojos achinados mueven la economía del país


JORGE AGOBIAN | @jorgeagobian

La quincalla de Mareha tiene de todo. Los productos que exhibe en su negocio fueron traídos al país, desde China, cuando el dólar oficial costaba 4,30. Otro conteiner de productos con sello ‘made in China’ está varado en la Guaira desde hace dos meses. Sin embargo, en los estantes de su establecimiento pareciera que no hace falta nada.

Ahora Mareha está almorzando. Lo que come, está dividido en tres platos diferentes. De uno sorbe un caldo morado condimentado con diferentes tubérculos y de los otros dos, toma con cucharilla una carne blanca, tan blanca que casi se distingue, y arroz blanco, blanquísimo también.

Mareha, por supuesto, tiene descendencia china, pero es venezolana pues nació aquí. Su nombre chino es Xú, pero su única nacionalidad es la venezolana.

La comerciante tiene 27 años, pero aparenta 18. “Yo muy poco maquillo, no gusta eso”, explica. A pesar de ser nativa de Venezuela, habla como si hubiese llegado hace unos años al país, desde la provincia de Cantón, de donde vinieron sus padres hace más de 30 años.

Mareha (o Xú), sus padres, su hermano y otros familiares forman parte de los más de 50 mil extranjeros asiáticos residenciados en Venezuela, país que ha mantenido buenas relaciones con el gobierno de Xi Jinping, presidente de la República Popular China, quien llamó “buen amigo” de esa nación al mandatario nacional, Nicolás Maduro.

─ La mitad Venezuela es de China, dice la venezolana de rasgos asiáticos, mientras escribe la frase en una hoja de papel.

─ ¿Por qué dices eso?

─ El gobierno endeuda mucho con China, pero si ellos no paga, China se puede llevar todo los petróleo. Petróleo es los más valioso que tiene Venezuela.

Sigue escribiendo la frase en su idioma (o segundo idioma), el cantonés.

Por supuesto, Mareha se refiere al crédito de 5 mil millones de dólares otorgado a Venezuela por el Banco de Crédito Chino el pasado mes de septiembre. Tal cifra se destinará a cubrir proyectos de vivienda, del sector agrícola, transporte, industria, vialidad, electricidad, minería, salud, ciencia, tecnología y petróleo, como parte del fortalecimiento del intercambio económico, comercial y cultural de ambos países.

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─ China, cuánto cuesta esto, pregunta una clienta.

─ Catoce mil, responde Mareha.

La caja registradora se abre y la factura se imprime. El sonido se repite cada minuto. Productos van y dinero viene a la caja registradora. Y otra vez. China, ¿tienes yesquero? ¿De qué coló lo quere?, responde la comerciante de ojos achinados y cabello negro.

“Chinos trabaja muy duro. Nosotro’ no tenemos descanso. Yo no cierro mediodía porque estoy costumbrada a trabajar duro. Diez horas seguidas”, explica.

─ Y para ti ¿cómo son los venezolanos?

─ Venezolano a veces muy flojo. Ustedes compra mucho, todos los días. Nosotro’ chino calculamos y ahorramos dinero para cuidar familia y mandar a los que están en China.

─ ¿Y para qué envían el dinero a China? ¿Tienen pensado irse de aquí?

─ No, nosotro’ cuidamos la otra familia que toravía está allá. También enviamos para poder importar mercancía y vender en Venezuela.

Tiene que existir un por qué para que miles de asiáticos hayan decidido hace 15, 20 o 30 años dejar su país e inmigrar a América Latina. No lo dejaron todo allá, se trajeron su cultura con ellos.

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Los chinos están en todo. En 2009, el presidente fallecido Hugo Chávez, autorizó un contrato ferroviario multimillonario con China. La cifra se mostraba lujuriosa: 7 mil 500 millones de dólares. Las expectativas eran alentadoras también, pues se estimaba que en tres años (el año pasado) estaría concluida  la construcción del tramo ferroviario Tinaco-Anaco que conectaría vía férrea  a los estados Cojedes, Guárico, Anzoátegui y Aragua.

Desde entonces, en cada pueblo por donde pasará el ferrocarril chino-venezolano, desde Zaraza (Guárico) hasta el municipio Tinaco (Cojedes) hay una estructura roja con letras chinas de la Corporación de Ingeniería Ferroviaria de la nación asiática, empresa de gran escala estadal en la República Popular de China con sede en Pekín.

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Ya a esta hora, 1:46 de la tarde, el caldo que se degustaba Mareha está frío y tieso. No para de llegar gente a la quincalla. Sigue conversando sobre su vida en Venezuela, hace paréntesis para criticar lo malbaratadores que son, según ella, los venezolanos, pero después dice “ustede son buena personas”. Se ríe y aprovecha el momento para llevarse a la boca una cucharada del pálido arroz.

─ Chino vienen para Venezuela a trabajar. Nosotro tenemos disciplina y venimos a ganar dinero aquí y mantener los niños y la familia.

─ ¿Y cómo hacen para importar todos los productos que venden?

─ Ahorita muy difícil traer la mercancía porque dólar está muy caro y en La Guaira los container esperando.

─ ¿Y con esa situación no piensan en irse a su país?

─ No sé. En Maracay y Valencia matan mucho paisanos. Aquí no salimos a las calle, hay mucho peligros. En China no se siente tanta injusticia, por eso mucho chinos quiere comenzar irse de este país.

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Todos los familiares de Mareha tienen diferentes tipos de comercios. Su primo Yuang, por ejemplo, tiene un restaurante chino. Él también es venezolano, aunque sus ojos y sus facciones lo delatan enseguida. En su negocio, dice el joven de 24 años, se vende mucha comida a diario. “Los venezolanos les gusta comer lumpias, aunque esa no son de allá de la China”.

─ Nosotros no robamos su país, nosotros trabajamos aquí y echamos para delante, como ustede dice. También vendemos las comida. Venezolano compra muchas comida.

El hermano de Mareha está actualmente estudiando en un liceo caraqueño. Ella, por su parte, estudió sólo hasta segundo año “porque tenía que mantener la familia”.

Xú, dice que en Venezuela la enseñanza es muy débil. En China, comentó, los niños pasan 12 horas en la escuela y les enseñan de todo. “Aquí un ratico, y nunca clase. No le enseñan matemática, tienen que enseñar matemática, cuentas, dinero”. Se ríe. Abre nuevamente la caja registradora. Trenta dos mil bolívare. A la orden.

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