Navegar a Margarita vale una perla
@JorgeAgobian. La temporada vacacional arrancó este año con el incremento de las tarifas de La nueva Conferry. Desde Puerto La Cruz o La Guaira hasta Punta de Piedras los boletos variaron sus precios desde un 85% para pasajeros y 200% para vehículos.
María Garnel y José Pinto se encontraban el pasado martes en una oficina comercial de Conferry en Caracas. Estando en la cola se sorprendieron por los nuevos precios de los boletos para trasladarse vía marítima a la Isla de Margarita desde La Guaira. El grupo que planea viajar a principios de septiembre al estado Nueva Esparta lo conforman tres adultos y un niño, además de un vehículo pequeño. En total, gastarían 10 mil 777 bolívares sólo en traslado, si viajan desde La Guaira.
“Con estos precios es imposible viajar”, dijo todavía sorprendido Pinto. Al conversar con él, el hombre concluyó que prefiere viajar de Caracas a Puerto La Cruz y tomar el ferry en el terminal oriental. Eso sí, si todavía existe disponibilidad de pasajes. De hacer el viaje vía terrestre hacia el estado Anzoátegui y lograr zarpar desde Puerto La Cruz, se ahorraría más de la mitad de lo que invertiría saliendo desde la Guaira.
Los pasajes para el mismo grupo, incluyendo el carro, desde Puerto La Cruz, le harían gastar 3 mil 989,54, según las nuevas tarifas.
“Nosotros tenemos dos opciones: o nos vamos a Puerto La Cruz, o nos vamos en avión. Cualquiera de las dos opciones nos salen más baratas que irnos desde La Guaira”, le dijo Pinto a su esposa. Al final también advirtió que una tercera opción sería no viajar a Margarita este año y en cambio, vacacionar en el estado Anzoátegui. La opción de quedarse en casa vino minutos más tarde.
Varias de las personas que se encontraban en la cola para adquirir sus boletos estaban en la misma situación. Agnelis Ferrera, por ejemplo, dijo que prefiere viajar en avión a la isla porque “esos precios no se los cala nadie”. También criticó los “precios socialistas” de la empresa y los de los servicios hoteleros en Porlamar.
Una promoción de Conferry del año 2010 ofertaba cuatro noches en la isla por 1332 bolívares. El paquete incluía alojamiento en un hotel 4 estrellas y los boletos de ida y vuelta en el ferry rápido. El mismo precio, cuatro años después, equivale a la tarifa de un vehículo liviano en el ferry express.
Inflación sobre olas
Los incrementos a las tarifas de la naviera desde 2006 hasta 2012 fueron del 20 y 34 %. En el record de aumentos de las tarifas del servicio, el ajuste realizado el pasado 21 de julio resulta el primero con mayor porcentaje en los últimos 9 años.
En 2006, las tasas de la naviera para trasladar a pasajeros desde Puerto La Cruz hacia Punta de Piedras en el ferry express eran 81,40 bolívares para adultos, 41,40 para niños y 74,70 para vehículos livianos.
En 2009, dos años antes del anuncio de expropiación de la empresa por orden del presidente Hugo Chávez, las tarifas para la misma ruta en primera clase eran: 125,15 bolívares para adultos, 65,15 para niños y 220,30 para vehículos.
En 2011 se nacionaliza la empresa y pasa a llamarse La nueva Conferry. Uno de los argumentos para la nacionalización fue el reporte de 8 mil denuncias recibidas por el Indepabis sobre usura y aumentos desconsiderados en las tarifas.
“Vamos a establecer unos precios especiales, solidarios, una tarifa especial”, expresaba el presidente Hugo Chávez desde Miraflores el 29 de agosto de 2011. Ese año, los precios de los boletos para vehículos bajaron, al mismo tiempo que los de los viajeros tuvieron un leve descenso. En el ferry express, por ejemplo, un adulto pagaba 120,70 bolívares, los niños menores de 7 años navegaban gratis, y trasladar un vehículo liviano a bordo del buque costaba 185,60. En el barco convencional un adulto viajaba por tan solo 85 bolívares.
En febrero de 2012, el valor para trasladar a adultos se mantenía en 120,70 bolívares pero ya los vehículos livianos viajaban a una tarifa de 250, 21. Un año después, en agosto de 2013, los precios de los boletos se incrementaron y ahora el cómodo 120,70 pasó a costar 240,28 y los vehículos livianos eran trasladados por 438,60 bolívares.
Hasta el 31 de marzo de este año, los precios eran: 468,58 para adultos, 238,45 para niños y 504,90 para vehículos livianos.
Pero el mayor impacto al bolsillo de los usuarios del transporte marítimo se vivió el pasado 21 de julio, cuando el precio de los boletos para adultos se ubicó en 808,58 y para vehículos en 1154,90 bolívares. Esas tarifas comenzarán a aplicarse para los próximos zarpes a partir del 1 de agosto de este año.
Los números dan cuenta a que después de la nacionalización y del anuncio presidencial, los “precios solidarios” se pudieron mantener durante un solo año (2011-2012). Después, desde 2013, comenzaron a aumentar en 100 % anualmente, hasta ahora, que el incremento realizado por la empresa pública va de 85% a 200%, dependiendo del tipo de boleto.
Ricardo Cusanno, presidente del Consejo Superior de Turismo (Conseturismo), expresó que el aumento de las tarifas de la empresa pública demuestra que “la economía es muy terca y siempre sobrepasa el proselitismo político”.
Aseguró que la promesa de precios solidarios propuesta en el momento de la expropiación se escapa de las manos de la naviera. “No es un asunto de proselitismo político, es un asunto de empresa, y todas tienen costos de operación y mantenimiento, sean públicas o privadas”.
El empresario dijo que el sinceramiento de los precios de boletería de Conferry golpeará solo al usuario final quien “debe exigir un servicio de calidad que esté cónsono con lo que está pagando”.
Por su parte, Teodoro Bellorín, presidente de la Cámara de Comercio, Puerto Libre y Producción de Nueva Esparta, expresó en entrevista a un medio de circulación nacional que el incremento de hasta alrededor de 200% “se debe principalmente a la poca oferta de boletos tanto por vía marítima como aérea”.
Le sale competencia
Los nuevos ajustes de la empresa pública hicieron que las navieras privadas tengan ahora tarifas más económicas.
En el Gran Cacique Express, un viaje ida y vuelta desde Puerto La Cruz cuesta 700 bolívares, 350 para niños y 1200 para vehículos livianos, según las tarifas publicadas en su sitio web. En Navibus, por su parte, el mismo viaje cuesta entre Bs 620 y Bs 720.
Según Teodoro Bellorín, La nueva Conferry aplicó la “ley de la oferta y la demanda”. “Como el Gobierno es dueño de Conferry, la mayor flota con más de 60% del mercado, éste se reserva el espacio para sus vehículos de carga, mientras los privados quedan en espera y padecen horas de cola, lo que también afecta el abastecimiento”, expresó Bellorín.
La desesperanza va a la universidad
Universidad Central de Venezuela. Foto: http://imagenfinal.net |
@jorgeagobian. Daniela Ramírez estudia en la Universidad Central de Venezuela. Hoy entra a sus dos clases, hace anotaciones en su cuaderno, revisa guías y libros que debe leer, pregunta sobre las asignaciones y entrega otras a sus profesores. Es la estampa de una buena estudiante. Veintes, dieciochos, diecinueves. Del primer semestre al octavo, en el que se encuentra ahora, sus calificaciones no bajan de 17. La excelencia académica en la universidad que “vence las sombras”.
Pero hoy, Daniela, de 22 años, al salir de sus clases va al rectorado. Quiere solicitar sus notas certificadas (de primero a octavo semestre) para “tenerlas por si acaso”. La estudiante quiere asegurar y blindar su último año en la universidad, y quizás también en el país. Además va recolectando los programas de todas sus materias y archivándolos en una carpeta que contiene los documentos requeridos para que la licenciatura venezolana tenga validez en otros países.
En un año, según la programación académica, Daniela debería estar graduándose. Toga y birrete, título universitario, certificación de notas. Y luego al ministerio de Educación Superior a apostillar su título, porque su plan es irse del país.
“El panorama es super oscuro. En el campo laboral se cierran las puertas y los espacios. La capacidad de ahorro es imposible, una persona licenciada gana más trabajando en tiendas, o teniendo un taxi, que ejerciendo su profesión…” Así va contando las razones por las que piensa lanzar el birrete al cielo y después tomar vuelo hacia otro país.
Cuando comenzó su carrera en 2010, cuenta que todo era distinto. “Venía con la emoción de ser universitaria, de graduarme, de conseguir un trabajo, de tener mi carro, mi casa...”. Ahora siente que su sueño es frustrado por “la situación desfavorable” que vive el país.
En el camino se fue desanimando de ejecutar su propio plan de vida en Venezuela. Daniela, quien ya a esta hora (después de siete horas en la cola) tiene sus notas certificadas, comenta que al principio pensaba irse fuera del país a hacer estudios de posgrado y luego regresar. “Pero en los últimos dos años he cambiado totalmente la manera de pensar”, dice quien ahora ve en el exterior su próximo lugar de residencia, su campo laboral y quizás su vida familiar.
Al mismo tiempo que Daniela va adelantando los trámites para certificar sus notas, en la oficina de la Dirección de Relaciones Consulares del Ministerio de Relaciones Exteriores, situada frente al Banco Central de Venezuela, hay inmensas hileras humanas para apostillar los títulos universitarios. Algunos amanecen afuera para poder hacer el trámite.
Todos los días Daniela va a la universidad, aunque su plan es claro. “Uno va todos los días porque hay que ir, porque ya me monté en este tren y ya casi termino, pero las conversaciones con los compañeros es la misma: casi todos pensando en irnos”.
Para ella el problema y la causa de su decisión de emigrar no es el gobierno ni la política, que también le aturde, sino la “descomposición social”. “No sé desde cuándo, pero la sociedad venezolana se convirtió violenta, resentida, gritona”, comenta mientras su ceño se aprieta. Y a continuación le hace una radiografía a la sociedad: “los venezolanos son los vivos que se empujan en el metro, los que arman un escándalo para comprar un paquete de harina o café, los que vivimos en una cola para todo y los que vivimos con miedo hasta en el campus universitario”.
Mientras habla su cara denota desánimo y asoma la tristeza. Dice que subsanar todo eso es muy difícil para ella y por eso ha decidido irse y asumir el riesgo de la inmigración. En un año y medio será su graduación y mientras tanto analiza los campos laborales en distintos países. La decisión pareciera que ya está tomada.
“No es un capricho querer irse”
Ramón Barreto también estudia en la Universidad Central de Venezuela. Su graduación está a la vuelta de dos semestres y la presentación de tesis. Tiene 21 años y desde los 18 trabaja en áreas asociadas a su carrera (Comunicación Social).
Siempre ha tenido en mente lograr independizarse, alquilar un lugar para vivir, pero comenta que el mayor intento de independencia fue hacer un viaje al exterior el año pasado y ya este año “es imposible” para él.
Como joven, comenta, se ha restringido, ha destinado el fruto de su trabajo para pagar el transporte público y otros pocos gastos. Esas son algunas de las razones de su desánimo, las cuales comenta en conversaciones con sus compañeros de clases.
“La inseguridad me hace pensar hasta siete veces antes de salir. Si lo hago es un absoluto acto de rebeldía y porque aún, como muchos otros, luchamos porque este país y todas sus dificultades no terminen por llevarse los contados años de juventud que ni este gobierno, ni los futuros, ni ningún exilio, nos podrán devolver”.
Mientras Ramón asiste todos los días a la universidad, va tejiendo redes y buscando universidades y trabajos en el exterior que no requieran tanto papeleo “para salir a la brevedad”. Sin embargo, su emigración es condicional: dice que si consigue una “gran oportunidad” en Venezuela no la desaprovecharía.
“No creo que sea capricho querer buscar horizontes afuera, porque estaría dispuesto a hacer cosas con menor calificación en caso de que tenga que salir del país”, dice.
Cuando grite “U,U,UCV” en el aula magna y la emoción del logro lo invada, quizás ya habrá decidido.
“Hay que decidir entre el país y uno mismo”
Jesús Díaz estudia ingeniería electrónica, tiene 20 años y cursa el sexto semestre de la carrera. Hace dos años, cuando ingresó, pensaba que estudiaría la carrera que le daría el dinero necesario para vivir bien. “Uno siempre ha creído que ser ingeniero es sinónimo de comodidad y dinero, pero luego te das cuenta de que hay muchos manejando un taxi por ahí”.
Comenta que su papá también se graduó de ingeniero y pudo levantar a su familia y darles todo lo que hasta ahora tienen, pero asegura que eran otros tiempos. “Yo quisiera hacer lo que hizo mi papá: se graduó, trabajó, compró carro, casa, se casó, tuvo tres hijos, pero ahorita todo eso es demasiado difícil”.
Jesús estará estudiando durante al menos dos años y medio más para lograr su título universitario, pero a estas alturas, ya se pregunta si es mejor estudiar o trabajar. Entonces responde automáticamente que las dos cosas. “Aunque uno vea que va a ser taxista, se debe seguir estudiando porque tengo más oportunidades si estudio”, dice.
No descarta la opción de emigrar en el momento que obtenga su título universitario, pero dice que no es una decisión fácil, pues su plan de vida lo tiene hecho en Venezuela. “Uno vale en su propio país, en otro uno no vale tanto. Pero también uno debe decidir entre el país o la vida y la comodidad de uno mismo, que hasta ahora es más posible en otro lugar”.
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